para volver a cantar.
Andrés Castillo
A Marcos Ana, Alí Primera, Héctor Hidalgo Quero, Hugo Fernández Oviol, Paulo Freire, Fruto Vivas, Facundo Cabral, Roberto Fernández Retamar, Alberto Cortez, Pablo Milanés. A todos los maestros de cantos infinitos.
«Hay lágrimas que
tienen estatura de estrellas indomables
y es de acero o de roble
su ternura».
Marcos Ana
No hay ausencia cuando es verdad el canto y su latido.
Ahora las melodías de un sueño, la insistente caricia de la lluvia sobre
el reseco tiempo, la huella extendida, mi árbol y yo, el clavel rojo
naciendo en la memoria posándose en los cuadros, en las carátulas de los
discos, ahora canta un ave en el patio y se iluminan de luciérnagas los nuevos
nidos.
Cantos, versos y desvelos.
La verdad es una idea que recorre las guitarras, que anda jubilosa entre
los afiches y folletos, coloreando banderas, franelas, lienzos y silencios, la
verdad es un libro con todos sus abrazos, la borra del café durmiendo
sus aromas en la mecedora tejida con la piel de las mazorcas de mi pueblo.
Yo vengo de ahí, de un aula abierta bajo los bucares, elevando papagayos de esperanza, atento a las
lecciones de la generación de los maestros, los que extendían sus manos y
liberaban el eco de sus voces para dejarnos el testigo del mundo porvenir, el
que no fue cosechado, pero que de tanto labrarlo florecía bello, inmenso,
sublime, alimento vital para este tiempo donde la lluvia se aleja tristona, muy
lejos de los huertos nobles. El sol germinador se esconde en el bullicio sin
verdad, sin entrega, sin inquietud, ni preguntas, ajenos al asombro de un poema
en los cuadernos, de una voz en los caminos, de un disparo guerrillero en la
quebrada del delirio.
Pero es este nuestro tiempo y hay que olvidar las falsas razones, hacer caso
al sueño terco repetido, al cariño, al arrullo que inventa justo todos los cantíos.
Cansado va el camino buscando nobles pasos, sin hallar los valientes peregrinos.
Una generación nos anunciaba la ruta hacia la estrella nueva, hacia la luna
enamorada de mares y gaviotas, de pan y justicia, unicornios, caracolas, alboradas, estrellas azules, mieles y escuelas.
Una generación abría los portones de las casas, brotaban los cantos,
florecían las guitarras y era de verdad la muerte entregada, la vida salvada,
la lucha toda liberada y el cantarino anhelo de tocar con la voz el cielo
compañero.
Yo vengo de aquellos ecos, de aquellas voces que alumbraban la soledad
oscura de los desiertos.
Maestros. discípulos. La continuidad es la razón del empeño.
Una generación se nos fue, se va, se queda en la esperanza cierta de
seguir la huella que sabía inventar en cada intento sus nuevos comienzos.
Y sigue aquí el eco de la canción silvestre que anda todavía poblando nuestros áridos senderos.
Gracias maestros.
Nos separan unas horas, un olvido, un torpe silencio y la orfandad del
nuevo camino.
Para luchar contra la injusticia, contra la tristeza y la soledad no hay
edad, somos el mismo disparo, el mismo canto, la misma razón naciendo.
Siempre naciendo.
Andrés Castillo