Andrés Castillo
A Julián
Corado, al bullicio de los pájaros.
Los pájaros volaron azorados, venían de todas partes, gaviotas,
tinamú, guacamayas, bisbitas, palomas, chenchenas, turupiales, cucos, garzas, colibríes,
cardenales, quetzales, loros, azulejos, guacharacas y horneros, cada uno con
sus alas, cada uno con su propio vuelo.
Dicen que delante venía un cristofué, era el líder de la
bandada, con una cruz de madera que tomó al pasar sobre la iglesia de un pueblo,
de aquellos sin nombre y sin bandera, con él y como quien lo resguarda con
celo, un centenar de aves que nadie nunca vio, aves sin nombre, aves del color
de la tierra, aves distintas a la de los cuentos.
En la ciudad todos estaban aterrados, no sabían que ocurría,
eran millones de pájaros quienes tomaban el lugar con sus cantos y con sus
vuelos, los vehículos por vez primera se quedaron quietos, las motos perdieron
sus ruidos y su violento andar, la ciudad se detuvo.
De las casas y edificios los rostros miraban aterrados y
maravillados la manifestación, era la más extraña que habían conocido jamás.
Eran millones de aves las que tomaban la ciudad, cada una de
las aves fue buscando su sitio, en los postes, en los semáforos, en las terrazas,
en las aceras, en las calles, en los pocos àrboles que aùn quedaban.
El cristofué se posó al frente del lugar donde lo
tenía encerrado, sí, dicen que los pájaros venían a exigir la libertad de un
cantor encarcelado que por mucho tiempo había estado prisionero, èl era uno de ellos.
Justo ahí, al frente de su celda, dejaron caer la cruz de
madera, la misma que una vez estuvo en alguna iglesia adolorida, dicen que al caer,
una guitarra se escuchó a lo lejos como cantando la canción herida de los
pueblos, de la corona de espinas brotó una flor roja entre el cemento.
De pronto y sin que nadie lo esperara comenzaron a cantar los
pájaros en jauría, todos a la vez, cada uno con su canto particular, la ciudad se
convirtió en un jardín inimaginado, dicen que los barrotes de la celda se
abrieron de repente, se volvieron musgos, se volvieron cayenas, los funcionarios que custodiaban al cantor estaban
sorprendidos, admirados, nadie había visto algo parecido alguna vez, sus gestos
no servían de nada ante aquella barricada de alas que tapaban la tierra y el
cielo.
Los pájaros cantaban cada vez más fuerte, el aleteo que iniciaron
eran como tambores que acompañaban los cantos más sinceros.
De pronto el cantor salió con su guitarra, volvió a ver el sol
y las miradas, las millones de aves seguían cantando y moviendo sus alas, toda
la ciudad fue un sólo canto, fue un sólo viento, la gente perdió el miedo y entendió
la razón por la cual en los bosques, en los campos, en los mares, había tanto silencio
desde hace tanto tiempo.
El cantor salió a la luz y los pájaros cantores custodiaron
su andar, dicen que se lo llevaron, nadie sabe a qué lugar, pasaron frente al Panteón
Nacional allí quedaron en silencio, el cantor cantó sus versos a los próceres,
los que siempre anduvieron en sus labios.
Los pájaros siguieron su vuelo, el cantor aleteando
versos se fue con ellos.
La ciudad cambió para siempre, desde ese día cuando pasa algún
pájaro, la gente canta lo que una vez oyeron.
Caracas 13 de noviembre de 2012
Andrés Castillo