(15 de enero Día del Maestro)
Simón Rodríguez
¿Y nunca te leímos?
Maestro
innumerable de un solo discípulo.
Arturo
Uslar Pietri
Y crecimos
dejamos tan lejos la niñez
las preguntas constantes
el miedo a la quietud, su mansedumbre.
Y nunca te leímos
si olvidamos pensar en tu camino
si dejamos mutilados los abrazos
sin pensar en los otros malheridos.
Crecimos
nunca entendimos la lección:
escribir en la huella lo querido
inventar el camino a cada hora
errar y volver a los intentos
juntar sobre la Patria cada sueño
del discípulo que en su paso te hizo eterno.
Poema de: Andrés Castillo
Del poemario inédito: Diuturnidad
La sed de la esperanza
Para Alí Primera y Héctor Hidalgo
Quero
Y con el olvido
de tu canto
de tu palabra,
el vendaval
también huyó ofendido
por la falsa rutina
sin destino.
La alborada
hurgando en las casimbas
el agua dulce
de tu lucha.
Perdido todo
nos queda para siempre
la tinaja fresca
y el clavel del recuerdo
pintándonos el
camino.
La esperanza
busca el agua,
en tu verso
un río anda despierto.
Poema de Andrés Castillo
Del poemario inédito: Atavismos
La canción de la alborada
A Rómulo Gallegos
(Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Nicolás Guillen)
Ah, quien música viera en un espejo, te vería, sabría cómo te llamas.
Rainer
María Rilke
No digo aquella de los cien reflejos, en el machete de sus arrebatos, sino
la sin maldad y sin zapatos. De pie y de agua como los espejos.
Andrés
Eloy Blanco
El espejo sudando la tierra
en las grietas lacerantes
de la memoria sin calma,
delineando el paisaje de su
hora
trazando la cartografía
de todos sus luceros
heridos
la razón en la palabra
la paz entre los libros
labrando las huellas de la idea
para la patria sin caminos.
La oscuridad del viejo
siglo
afilando los grilletes de
lo muerto
la muchacha risueña
naciendo en los chubascos
el beso de la aurora
sobre los ríos de la
impaciencia,
el maestro vuelve a la
escuela
desde la mirada de su
empeño
escribiendo toda la tierra
generosa
cincelando las rutas de los
lirios
de las palabras dormidas
en la quietud de los
abismos.
Gigante la estatura de su
tiempo
la mirada atrapando los
vuelos,
una tras otra
la gota de tinta cayendo
amorosa
la hierba brotando
su alborada en la espiga
la obra de amor sobre su
suelo.
El canto del ave
<cucarachero>
despertando el alba de su
huella
los ríos de vida
precipitados
entre sus manos
las páginas naciendo
un bongo cruzando los
recuerdos
la escritura salvada del
silencio.
El retorno
siempre hirviendo entre las
venas
la tempestad del olvido
los personajes pintando sus
pupilas
la vuelta a la raíz del
cirio
la montaña velando sus
tristezas
y en las sienes hurañas
las imágenes del tiempo,
seres luminosos entre los
montes
mil tambores de soles en
los valles
y el llano en arpas
verseando los misterios.
El oído puesto en el palpitar del sendero
la noche vencida por la
diminuta letra
que se vuelve ruta entre
los fuegos.
<serena la claridad interior>
la bala escondida en el
reloj del campanario
la mano de su hora la
retira
para que la patria emprenda
su destino
de labranza y paz -el
comienzo-
La geografía de la patria
anda todavía buscando tus
letras para mirarse
en el espejo esplendente
que cantando te nombra,
los ríos surcan las páginas
del libro -el silencio-
se desbordan las lágrimas
del exilio
que dieron de beber la
savia de la espera
no siempre los espejos
descubren nuestros rostros
del fondo de su fuego
salen voces llamándonos al
comienzo
a la nueva jornada
y la fragua de cuidar la
memoria mutilada
el encendedor de faroles
y su escritura viva
que entre la noche de tres
siglos
nos sigue cantando su
alborada.
Poema de: Andrés Castillo
Del poemario inédito: Diuturnidad