Encuentro

PALABRAS,SILENCIOS,AMORES, COMBATES, TRIUNFOS Y DERROTAS, NOSTALGIAS, AUSENCIAS.
DE FLORES Y BALAS COMO LA VIDA.
Poética existencia. Vida poética.

domingo, 29 de diciembre de 2019

Canción silvestre

A los que hacen del canto
su tierna labranza




Hay que cantar
cantar
cantar siempre
que las flores están muriendo
y las aguas sin curso huyen del fuego,
cantar
cantar siempre
que las aves sin brisa agonizan en su sed de cielo
y es gris el eco de los lirios al paso de la neblina
sin rocío
cantar siempre
cantar
que la vida se va extinguiendo
no hay luciérnagas
en la constelación de nuestro vencidario
cantar
cantar siempre
queda poco tiempo para los maizales
para cubrir la vida de azahar
y endulzar la rebelión de las abejas
albahaca en la brisa
y el oregano multiplicando los abrazos
cantar siempre
cantar
de los seres humanos se sabe poco
tan solo dejaron su canción 
y una memoria que vuelve
para empezar de nuevo
tarareando la lluvia sobre el surco
y un arcoiris de voces al sendero.
Cantemos.


Poema de Andrés Castillo

martes, 17 de diciembre de 2019

Placeres de navidad


Amanecer
junto al tibio nacimiento
de tu amor en fuego;
la taza desbordada
del café hirviendo
y el trocito
     de pan de jamón
salvado de la noche
     buena y dulce
de tus besos.


Poema de Andrés Castillo

jueves, 12 de diciembre de 2019

Cuando la vida



¿Quién sabrá de nuestras vidas postergadas?
  • Preguntas y certezas de una vida en pareja: 
realidad del cuidador familiar permanente.

En nuestra jaula se pueden abrir las ventanas.
Azahara Alonso

Alguien que entienda lo que quiero decir
cuando me quedo callada.
Elvira Sastre

¿Quién sabrá todos los momentos de la vida postergados mientras el ser que amas depende de tu tiempo, de tu vitalidad, de tu coraza? Ya su vida es una espera con poca esperanza, por eso, mientras las horas lanzan sus dados, las vidas que se juntan en un solo destino aprenden a mirar el día que llega como la única certeza que vale la pena desentrañar.
Cuando se tiene la responsabilidad de cuidar una persona con una enfermedad degenerativa e invalidante, con su autonomía severamente fracturada ¿Cuántas prórrogas se van acumulando al diario cajón de los momentos ya insalvables? De unos y otros.
Son más los lugares no mirados, las fiestas nos reídas, las noches no besadas, las alegrías en lista de espera de lo que nunca llega, de lo que se transforma y se aleja.
La vida es una isla, quizá una jaula risueña donde los pájaros vienen a cantarte su solidaria existencia. Eres tú la botella que se arroja al mar con la isla dentro de ella, al final volverás a ti solitario, sin respuesta, nadie atenderá el llamado, ni llegarán a entender con sensatez la realidad de tu naufragio.
¿Quién sabrá qué, desde cinco, diez o veinte años nunca más la vida volvió a ser la misma? Otra vida tal vez, seguramente fragmentada en repetidas interrupciones, comienzos, abandonos, tropiezos, donde toda una familia queda suspendida en la pequeña cuerda del aquí, ahora, en la suerte que arropa el nuevo sol del ser amado.
 La suerte nuestra en la del ser querido se acobija. Es una sola siempre, y juntos debemos atravesar el farallón que se alarga en cada golpe de ola.
¿Sabrán tal vez los familiares o amigos cercanos que más nunca se logra desde entonces dormir una noche completa, placida, sin preocuparnos del ruido, del día después, de la necesaria holgazanería, que en otras vidas cierra su puerta a los días y dice - cuando me recupere vuelvo a la vida-? No, no es posible, alguien necesita tu vida de turno, con la luz roja de emergencia encendida, con el sentido del amor en guardia, vigilante. Amorosamente vigilante.
Cuando se divide la vida con un ser querido al que le aqueja una inmovilidad considerable, totalmente dependiente, todo es un alerta sin tardanza, la llamada del cuarto cercano te afina el oído, cierras los ojos y escuchas la alarma ya programada dentro de ti que te avisa que hay que llevarle al baño, a cubrirle del frio, a calmarle la sed, el dolor de oído, a rascar su espalda con cariño aunque sean las tres de la madrugada,  o simplemente debes acompañarle a velar la tristeza que llega, así como el rocío va mojando todo afuera, hasta que un aguacero nos encuentra en la cocina compartiendo el frio café que se cansó de esperarte, mientras tú debes entonces entibiar el optimismo y seguir adelante. 
No, cada hora debe ponerse su traje de animosidad, de júbilo y volver al cariño con bríos nuevos, no hay tiempo para pensar en lo perdido.
¿Alguien sabrá que todas las madrugadas se interrumpen para siempre, se cortan como el sueño que se altera sin remedio porque alguien que amas te necesita vital, airoso, en resguardo, ¡despierto! Siempre ahí, cercano, atento, sin dolor de espalda, sin lumbago, sin la divina modorra acurrucada el sábado o el día de fiesta. Y lo haces por años sin ni siquiera pensarlo, no te das cuenta y es normal que así ocurra, aprendes a dormir despierto.
Al escribir, los recuerdos llegan y como si algo dentro te recriminara te sientes como reclamándole al camino tu existencia, y quisieras borrar lo escrito hasta ahora, y pedirte perdón por pensarlo. Pero asumes el valor de contar la experiencia, una parte pequeña, muy pequeña, tan diminuta que cabe quizá en el trozo de pastilla que hay que fragmentar con pericia y maestría, la misma que no puede faltar en dosis y tiempos establecidos tres o más veces cada día.
Escribes y entonces, en unas cuantas hojas refieres algo de la vida que apenas rescatas del olvido, que como al despertar del sueño se evapora, olvidas y no consigues atrapar toda la inmensidad y esencia de lo que pudieses compartir. Sólo escribes una pequeña parte de muchas vidas en una sola contenida.
¿Sabrán los carros que pasan con su algarabía de cornetas y la alegría del momento, cómo cambia para siempre la relación de una pareja que debe interrumpir sus mieles de lunas, sus noches de besos o las caricias del silencio? Ya nada vuelve a ser igual, en el ayer se queda lo que se soñó luminoso, ahora hay que limpiar nuestras estrellas caídas para que el ser que amas duerma feliz bajo un cielo sublime de luces encendidas.
Cuántas postergaciones al deseo, al placer frenético, a la embriaguez compartida, alguno de los dos amantes debe permanecer sobrio, erguido, despierto para el cuidado del ser que de ti depende. Y por más que pintes la ruta del amor perdurable, algo de la pareja se va muriendo en la espera, en la mirada que afirma:
  • Otra vez será, mañana veremos.
Y la alcoba del amor se queda vacía y es apenas un cuarto de paso, un lugar para descansar a ratos, la puerta debe quedarse abierta, vigilante, para que la vida que cuidas te encuentre sin nada que impida salir apresurado a entregar tu abrazo. 
Descubres  así, otras maneras de mar el amor en pareja.
Y aprenden entonces que la pareja se burla de las matemáticas y explicas qué, si hay amor, complicidad y respaldo, uno más uno, es igual a tres.
¿Sabrán los amigos, que tu vida, como cada espacio de la casa ahora debe adaptar sus rincones y pasillos, quitar del camino lo que dé tropiezos y reubicar los estantes, las mesas, la ropa que usarás, los zapatos, todo debe acoplarse?, así como las emociones y los anhelos deben ajustarse al nuevo tiempo que llega con la ola de mar que ya te moja y te revuelca en la orilla del amor que adoras. ¿Que la ropa, los zapatos, y todos los vestidos deben importar más por su comodidad y ligereza, que por su belleza o prestancia?
La vida es ahora un Océano, sólo que tú lo debes inventar y llenar a cada segundo con el agua dulcita de cada comienzo.
Y así van los años.
Si sales a la calle debes cuidar tus pasos y poner a trabajar la mirada, más que en la belleza del paisaje en los desniveles y accesos posibles de sus calles, para saber cuál es el lugar ideal para estacionarte, para cruzar la vía, y afinar el tino de dónde comerás el helado, no el mejor o el más gustoso sino aquel donde el acceso lo permita, donde nada obstruya el andar, que nada impida el compartir del momento que muchas veces se torna tenso, cargado y terminas en el lugar más apartado, aquel rincón donde el sol, la montaña, el mar y la luna consigan una rampa armoniosa para llegar hasta ti sin la amarga y fría caricia del hastío. 
Y le dices: 
  • ¿Dónde tú no puedas ir o acceder no iremos ninguno?
¿Alguien sabrá algo de esto? Si sabemos que sí.
¿Sabrá el joven atleta que pasa con su entusiasmo, poniendo su cuerpo a tono para la tarde de sol o la larga noche de fiesteo, que mi compañera tiene décadas entregada al cuidado de una vida recién nacida en cada despertar, donde cada segundo se agranda para tener en cuenta la salud, la comida y el aseo del ser entrañable? Ella se desgasta, se anula, se agobia, se vence. Pero hay que seguir, mañana es igual el despertar, y la vida que amamos espera tu estrujón gallardo, tu risa, tu cuidado, tu fuerte compañía, ahí sin demora, feliz, entero.
Somos alas, piernas y camino. Alegría renovada que no sabe de bostezos.
¿Quién sabrá que la vida familiar perdió la mitad de su alegría en la terrible preocupación de ver al ser querido disminuido, perdiendo cada cierto tiempo la vitalidad con la que le habías conocido? No por causa natural del común envejecimiento del padre o un abuelo como a veces sucede, sino por origen desconocido o rara enfremedad, y ese ser se va quedando postrado en su cuarto como jaula de vida, jaula que hay que llenar de cielos nuevos, de lunas, de cantos, risas y mares, de ríos, de todos esos lugares prohibidos, pospuestos, negados al juego, al sosiego. 
¿Quién sabrá la terrible sensación que se experimenta cada vez que entras a un hospital o a la simple consulta de rutina y te aterra la mirada del médico, su silencio, y como quien se queda solitario en la tormenta repetida, esperas la voz del especialista, mientras escuadrillas sus gestos, y aprendes a leer sus muecas y te dices en angustioso mutismo:
  • ¿Qué pasará, que dirán hoy, que hay que afrontar ahora, que nuevo desierto cruzaremos?
Porque sabes de sobra que la vida es frágil, que nacer es un milagro, que un sólo segundo basta para que todo un castillo empinado se vuelva arena de mar pisoteada por el azar al que nos enfrentamos todos.
Y valoras entonces mucho más el segundo de vida compartido que los mil proyectos que pudieron ser y hoy están detenidos, olvidados, negados. La vida del ser que amas se posterga y la tuya unida a ella, se posterga y es poco lo que puedes hacer.
Es muchos los que juntos vamos haciendo.
Nuestra jaula tiene unas alas que agitan los sueños, que hay que inventar sin pensar tal vez que no han de llegar nuevos vuelos.
¿Alguien que no lo haya vivido lo comprenderá? 
¿Qué juzgarán?
¿Qué dirán desde lejos? 
¿Cómo debiste comportarte, por qué hiciste esto o no haces aquello?
¿Sabrán las paredes del vecino que desde hace muchos años sufrimos de insomnio y caminamos aferrados a una oración o un crucifijo, pidiéndole al vacío que algo pase que cambie lo que tal vez, ya está escrito en el destino, que no te deje desmayar y a cada rato como una daga que te mira sonreída, se vive temiendo que la muerte te lleve y no dejas de pensar, ¿que será entonces del ser que de ti depende? y te aterra la pregunta que te haces en cada momento y aterroriza como nada, como poco ese recurrente pensamiento.
- ¿Quién como nosotros cuidará su mundo de pequeños sueños rotos, si faltamos, si no estamos?
    Por eso perdonas torpezas ajenas, ofensas, evades discusiones fatuas y te alejas de todo ruido que no te aporte armonía y gozo. Y te alejas, te alejas. Poco importan ya las voces extrañas, tan solo cuidar tu salud, tu vida, para poder estar ahí con el ser que te necesita el mayor tiempo posible, vivo, ágil, tranquilo.
Cuando se comparte la vida con alguien que la tiene atada a la tela de araña del destino, no existe el mañana, el luego, el después, el tiempo. La vida es un presente infinito, es ahora, ya, en este momento.
Se aplazan los besos furtivos, los viajes solitarios, el café se enfría, la cerveza agrede los sentidos, se postergan los triunfos efimeros, los sueños, los deseos de cambiar el mundo ajeno, las batallas y propósitos colectivos conocen tus condiciones, ahora los caminos cotidianos se vuelven tu campo de batalla, porque los almuerzos se alteran, el postre queda sin terminar, el helado se derrite en el plato de la espera mientras debes acudir puntual a las manos sencillas que aguardan por la tuya sin tanta grandeza. 
Y debes postergar las metas, los proyectos y adaptar tus pasos y sueños al tamaño del cuarto donde tu ser querido anda recorriendo su mundo pequeño. Ese es tu universo, tu lugar, tu tierra, tu alimento. Tu mundo es del tamaño del cuarto donde el ser que amas te aguarda anhelante. Es ahora, un mundo inmenso, donde hay otros mundos gravitando serenos.
Y entonces tu tiempo se amolda a su tiempo, tu paso a su paso, tu ritmo a su ritmo.
Si tienes otros hijos, ellos sabrán que son hermanos de un ser amado al que hay que entregarle el tiempo compartido de los padres, pero no en mitades iguales, sino en necesidades particulares. Las tardes de juegos infantiles, los domingos y todos los después ya repetidos, se van extendiendo rio abajo y se comparten los barquitos de papel, los del alma, esos que navegaban por el mismo caudal de la lejana infancia y que tus padres debieron desviar al mar inmóvil que espera en la habitación del amor compartido, los hermanos saben que deben ser entonces vigías también de su camino, porque hay que cuidar el futuro propio por si a la hermana o al hermano le llegasen a faltar el cielo de cuidados que han aprendido a compartir desde muy niños. Hay quien dice: “soy su hermano y ella la hija que el tiempo me guarda para mi cuidado en el futuro camino”.
¿Sabrán los que se acuestan sin miedo, como es la noche del que aterrado anda cruzando fantasmales momentos? No es nada nuevo, cada cual tiene su ruta y afanes primeros.
A pesar de todo ello, conjeturar otra vida ya no es posible, no existe. No puede ser, no logra ser ni siquiera imaginada. A veces sientes que no podrías transitar otra experiencia existencial.
La vida es la que vives con la vida en tu tiempo.
 Cuando se comparte la existencia con un ser que pende del último pétalo aferrado al rocío, importa de verdad poco lo que piensen de ti, importa la brisa que te puede dejar si su latido, sin el pulso en su sien, sin su trozo de vida amorosamente compartido.
No, ya no se piensa en tener otra vida, se vive sí, para que ésta sea larga, amorosamente libre de tensiones e intromisiones externas que ignoran la marcha de tu viaje sin meta, de tu viaje con vista al segundo que te besa desde la ventana de la existencia. Y cantas los cantos de siempre y lees los relatos de la aurora y bailas tu hora tomado de las manos de los seres que adoras y pintas tu camino de la felicidad compartida que sólo a ti te alegra, y ríes la vida agradeciendo tu lugar bajo una espera renovada a cada vuelta del reloj.
Lo que importa es estar al lado de lo que amas ahora, porque no sabes que ha de pasar mañana, porque su vida es frágil y cada cumpleaños es otro comienzo, que se emprende con las velas en alto.  
El amanecer es el hoy que vivimos, las vidas postergadas se funden en la voz tenue que te dice tiernamente: 
  • ¡Gracias por estar conmigo!
Entonces las vidas postergadas en cada vuelta de reloj celebran el segundo de eternidad compartido. Las vidas postergadas tendrán sentido si siguen escuchando el mejor latido que de dos corazones ha nacido.



                            Andrés Castillo
                            10 de junio del 2019
                            En alguna comarca del cariño



domingo, 1 de diciembre de 2019

El adiós de las palabras

Daniela Saidman


Nuestra sociedad se ha quedado prisionera entre palabras vacías que sirven apenas para tratar de relacionarse sin importar la trascendencia del encuentro, las palabras parecieran huir de nosotros por miedo a perder su belleza entre la efímera cacofonía de una rutina sin asombro.

Nuestra sociedad ha olvidado la prìstina caricia del lenguaje, la hidalguía de las palabras que vuelan, que besan con olor a permanencia, ignorando tal vez, que son las palabras quienes nos hacen y rehacen lejos de la fría realidad que en su mutismo lúgubre nos aniquila sin piedad.

El adiós de las palabras.

Un cristofué, el pétalo de la rosa girando sobre los riscos, el granito de arena bajo nuestros pies, la mirada del recién nacido que canta al costado de la madre, la raíz del árbol aferrada a la sombra y su frío cadencioso, la muerte amontonada en los hospitales grises, el odio herido de odio repitiendo soledad, los ríos viajeros de nostalgia, la carocala con su canción de mar aprisionado bajo el sol, la mano de la niña halando el azul del cielo con la ingenuidad de una cometa, las piedras, el abrazo, el mágico alfabeto de los amantes, los anhelos, lloviznas entre recuerdos, luciérnagas repletas de voces con su luminoso vuelo.

¡Palabras, palabras, perdón por las que he olvidado! Por la traición y el desabrigo.

Las palabras huyen de nosotros buscando libertad, así, como el velero sobre el mar del misterio que esconde peces multicolores junto a los tesoros perdidos cual cuentos de piratas.

Volver a la entenidad de las palabras es quizá la última puerta que nos queda para no morir prisioneros en la asqueante mazmorra donde olvidamos la armoniosa floración que entre los escombros descubre el color y natura de nuestro nombre.



Andrés Castillo