Encuentro

PALABRAS,SILENCIOS,AMORES, COMBATES, TRIUNFOS Y DERROTAS, NOSTALGIAS, AUSENCIAS.
DE FLORES Y BALAS COMO LA VIDA.
Poética existencia. Vida poética.

lunes, 31 de octubre de 2022

Esa estrella de octubre



En alguna parte andarás naciendo de nuevo compañero.

Este mundo está jodido, peor que ayer, pero seguimos tu intento
a pesar del lodo que cubre el sendero.

No hemos sido mejores
cada quien que mire el rastro que deja la piedra lanzada
esa que también ha servido para derribar el sueño de los otros
la misma que levanta muros al colectivo empeño.

Y no bastaron las guitarras ni los cantos ni los sueños.

Y se extiende el tiempo, el dolor, la espera y el miedo,
me aterra pensar “carajo” que no venceremos.

Soy tal vez un pesimista
pero la resonancia de tu canto me sacude siempre
y otra vez al camino me invitas compañero
a soñar que si es posible
sembrar en seco, cuidar el huerto de lo perpetuo.

La realidad entre luces y sombras
puede ser transformada cual arcilla en las manos artesanas
que al hacer se rehace, al crear se encuentra.

La desesperanza es la peor oscurana
y tu canción sabe bien de luceros, soles y alboradas.

Seguimos aquí combatiendo
contra nosotros mismos, contra la multitud,
delante de lo incierto
contra los ruidos nuevos porque la ruta no se acaba
y siempre brota de tu canto a lo lejos
un sol colorado, viento del este, una razón y mil vuelos.
Rafael Alberti el poeta del mar, del irrompible anhelo
escribía una vez para el Che su verso gigante, justo, puntual.

Ahora tomo la certidumbre de su mirada bajo el cielo nublado de su tiempo
para decirte Alí, hoy, desde aquí, desde el nuestro, tan movedizo,
fragmentado, enmarañado y falaz:

"Te conocí de niño…
No te vi más hasta que supe un día
que eras esa estrella
que hay que mirar a cada instante
para saber en dónde nos hallamos"



Poema de Andrés Castillo
31 de octubre de2022

lunes, 3 de octubre de 2022

Retazos de inmensidad o la poética viviente del patrimonio cultural


Campanas
Palabras/patrimonios
Serie III

Por Andrés Castillo*

«Un patrimonio que evoca una capacidad potencial de producción de significados, unas veces explícitos y vivos y en otras ocasiones latentes o entumecidos en las brumas del olvido».

Ignacio González - Varas I

Fotografía: Andrés Castillo



Un viejo papel oculto en los cajones de la abuela, las fotos de sus hermanos con el traje antiguo, los mismos que alguna vez usaron para defender la patria asediada por tropas extrañas. Un relicario finamente elaborado con la corteza de un árbol ya extinto. El recuerdo de sus cantos, los mismos con los que solía limpiar el fogón y las tristezas adobando con sus cuentos la vida de otra época.

Al salir de la vieja casona aún en pie, hay una calle que conserva en resistencia el tierno color de la infancia, sus aromas y los juegos perdidos con los que una generación soñaba bajo el sol del atardecer al margen del destino. El viejo paredón de la escuela. La torre de la iglesia.

La plaza y sus cayenas. La bodega con sus puertas de madera raídas, el santo del pueblo, el baile de la tierra nuestra.

Un cuatro en una esquina pone a volar en el viento los versos de los poetas, los que ya partieron y otros que con coraje todavía defienden del olvido el alma de su suelo. Y se avivan los cantos peregrinos, en sus notas persisten los nombres de antaños pescadores, labriegos, campesinos, de mujeres que con sus manos anunciaban el parto de los dulces caseros, de las hijas, de los hijos, de mil vasijas de barro y de las sillas tejidas con la fibra generosa del maíz o del moriche. Parteras del tiempo por venir, esperanzado en la seguridad de sus manos. Lavanderas, artesanas, madres de la brisa, del sol y las estrellas, mujeres multicolores con cien mil canciones de arrullo para que la vida siga cual perpetuo murmullo.

Una antigua estatua tal vez fracturada oculta en la maleza, el último trazo con la espada del héroe que brota de la pintura ingenua de un aldeano rechazado por los circuitos culturales oficiales.

El viejo cuentacuentos, el titiritero, la amorosa muñequera y el olvidado payaso, los mismos que en tertulia en todo tiempo han regalado en rodajas de suaves panecitos sus nobles corazones con estambre remendados.

De la torre de la capilla una campana va llamando a la fiesta patronal y cada jornalero mostrando en la plaza sus bestias amigas, compañeras del olvido: la yunta de buey con el pan de los hijos.

En una esquina un viajero inquieto escribe en su cuaderno los cuentos de los viejos, para que no se pierdan las mansas leyendas, palabras, refranes y sabias ocurrencias. Las crónicas del pueblo, historias de la gente que forjan vida y sueño al pie de los recuerdos. En otras palabras, sus voces quedarán para que no se olvide esa cultura oral que en palabreo y tertulia con buena letra trazan con sus gestos y saberes desde tiempos distantes.

Un cuento, un poema, la novela que nos lee, la décima que enumera, la vieja canción de cuna, el himno en el patio de la escuela y el libro donde la patria habita infinita.

Y también los rieles de un tren perdido con el viejo vagón, un edificio histórico, los monumentos, las estatuas, obras de arte, documentos, cárceles, hospitales, panteones y mil obras para dejar constancia de la huella, la idea y la tenacidad humana.

En el seno de las tradiciones aprendemos desde siempre la razón de nuestro nombre. La cultura está en lo que decimos, en lo que cantamos, en lo que callamos, en lo que rezamos, en lo que negamos.

Lejos del pueblo y de la ciudad una cruz dormida recuerda el andar de los que ahora descansan bajo tierra, una lápida con una leyenda escrita retiene fechas y nombres, un cementerio arcaico nos señala que la muerte como la vida también tiene su espacio.

El patrimonio es la memoria que nos cuenta, que dice del ayer para sabernos en la vida de hoy. Somos memoria, canto repetido, palabras desparramadas en todos los caminos, somos memoria, razón de vida y tiempo extendido.

Son estas palabras apenas los retazos de la inmensidad que nos conforma, quizá viven ignorados por los pasos del presente, pero existen, persisten, combaten, cuentan su latido y siguen con la terca caricia en perenne resistencia, con el noble afán de ser caminos.

El patrimonio cultural es esencialmente poética viviente, palabra que nos llega del pasado y extiende nuevos caminos en diversos lenguajes hacia el porvenir.

Ya lo decía el poeta Andrés Eloy Blanco: «Nacimos en una tierra de mística telúrica, donde no es posible separar las andanzas del ser de las andanzas del suelo».

Patrimonio vivo, tatuaje de siglos, canción en la piel, sangre y corazón en los caminos.

Conozcamos nuestro patrimonio. Busquémoslo, salvaguardemos su simiente.


ANDRÉS CASTILLO
Octubre 2022