En el año 2016 el querido y siempre presente Víctor Hugo Bolívar Graterol me pidió que escribiera una crónica para un trabajo que estaba realizando, el cual estaría conformado por crónicas de varios escritores falconianos, lamentablemente el tiempo y la mala hora no permitieron que su compilación saliera al aire de nuestra tierra. Hoy y siempre le recordaremos con el mismo amor con el que volvemos al camino de la Paraguaná que nos recorre, nos habita y despeina el alma.
Volver al camino desde la Pantalla Grande
“Nadie es
quien para morírseme”.
Leopoldo
Castilla
Muchos años
estuve siguiéndole la pista a una película filmada en nuestra tierra
paraguanera en 1974, bajo la dirección de Daniel Oropeza, con las actuaciones
protagónicas de la recordada y hermosa actriz Pierina España y el actor Rafael
Rodríguez.
La búsqueda
se tornó para mí en un compromiso con los recuerdos más queridos de la
infancia, razón por la cual me llevó a rastrear por infinidad de instituciones
dedicadas al cine nacional, buscando dar con la obra completa y en el mejor
estado, para poder quizá encontrarme otra vez con aquellos largos relatos que
mi padre, en innumerables oportunidades rememorara con certera precisión.
Desde muy niño
me gustó atesorar recuerdos, memorias, anécdotas e imágenes, quizá de allí me
viene el amor por la historia pequeña, la que se escribe muchas veces ignorada
en algún cuadernillo del corazón o la que nunca se cuenta, pero vive. Desde niño también cultivo el apego por las
antigüedades, por conservar el más insignificante papel, hasta vetustos
artefactos y muebles, que sin lugar a dudas guardan dentro el paso
del tiempo, vida y huella de una época, de un país, de algún ser humano que a
raudales ha escondido en ellos inolvidables anhelos.
Mi padre
llegó a Paraguaná como muchos otros hombres y mujeres, quienes, buscando un
trabajo digno a la vez de aminorar la pobreza y exclusión a la cual estuvo
sometida las zonas campesinas después del auge de la explotación petrolera en
una Venezuela que pasó vorazmente, de una cultura agrícola, bucólica, a otra,
donde el casco de hierro, los pantalones de color "kaki" y los zapatos de seguridad se
convirtieron en uniforme e identificación.
De la Sierra
coriana llegó mi padre.
Nunca pudo
ser empleado petrolero por culpa de un accidente en uno de sus brazos, sufrido
en tiempos de su niñez, en aquella época sin médicos rurales ni hospitales
cercanos, debió padecer los ungüentos del fiero sobador, que con ron de culebra y
fuertes masajes intentaba poner en su lugar, ya no la carne “huía”, como solían
decirle nuestros abuelos, sino los huesos de la triple factura que hiciera
temblar y llorar de dolor, no tan sólo al niño, sino a quienes lo escuchaban
gritar desde lejos.
Mi padre fue
oficial de policía cuando el General Medina Angarita era presidente del país (1944) y el general León
Jurado conservaba todavía su autoridad en el estado Falcon, el señor
Néstor Gutiérrez era su jefe inmediato, más tarde laboró como chofer de
autobuses de los primeros transportes colectivos que hacían la ruta al personal
obrero de las refinerías de la Paraguaná petrolera, en la empresa del Sr.
Víctor Fuguett, para más tarde pasar 25 años de su vida en la Vieja Línea Azul
del Sr. Manuel Felipe Gamero, ubicada todavía en la Avenida Ollarvides, como jefe del aseo urbano de la naciente
ciudad.
Me gustaba
mucho montar la vieja camioneta Chevrolet Apache año 59 de color azul que
manejaba mi padre y más aún, hacer el largo viaje de entonces, desde la conocida hoy como Puerta
Maraven, pasando por la curva de Sabino, donde hoy se ubica el distribuidor de
entrada a nuestra ciudad, hasta llegar al Cardón, por una sola carretera muy
angosta, esa era la ruta entretenida de aquel largo viaje (años 70) que de vez en cuando
hago placentero en mis recuerdos. De ahí pasar al viejo relleno sanitario,
donde por vez primera supe de la pobreza extrema y la miseria, con niños
rodeados de moscas, peleando el desayuno con zamuros y perros callejeros.
Todas las
semanas hacía con mi padre ese recorrido, entre calles de tierra, mil historias
y vivencias.
Recuerdo la enorme
casona llamada La Galera (monte
adentro), La Perla Cubana y el viejo
arco de la Federación ubicado cerca
de la Urbanización Las Margaritas,
estructura enorme decorada con conchas marinas, era una de las pocas estructuras con aires arquitectónicos de una ciudad que no tiene entre sus amores el resguardo de su pasado ni el
valor por su patrimonio.
En algunos
de esos viajes de regreso a casa, después de andar por el Cayúde o Santa Ana, pasábamos frente a un viejo bar, ubicado a unos kilómetros
antes de entrar a la ciudad de Punto Fijo, llamado “Los Arcos”, era un extraña construcción retirada de la carretera,
de paredes bajas con techos de zinc, en semi círculo, que se tornaban llamativos a
mi joven e inquieta mirada.
Cada vez que
desfilábamos por aquel enigmático lugar, mi padre relataba:
-
Ahí se grabó
una película, “Maracaibo Petroleoum, Company”, con Pierina
España. Y ahí salías tú, tomándote un refresco, desnudito en "pelotas".
Relataba mi
padre como proyectando cada escena con entusiasmo y alegría, terminando siempre
al decir:
-
¡Unos
pistoleros entraban al final y acababan con el baile!
Un día después
de tanto indagar di con aquella obra cinematográfica, cuando la tuve entre las
manos parecía que estaba a punto de encontrarme otra vez con las palabras de mi
viejo, tantas veces compartidas conmigo y la brisa hermosa de nuestra amada
Península.
Me
instalé a verla en formato (betamax) como quien asiste por primera vez a un viejo cine, y de repente
mi sorpresa, transitaban ante mis ojos infinidad de recuerdos y personas
queridas ya desaparecidas. Al principio del film, un relato documentado de la pobreza y miseria
de las comunidades cercanas a los campos petroleros, luego una vieja camioneta
Wolswagen invitaba por medio de un parlante y en nombre del partido del pueblo
al casamiento colectivo, en ella la Sra. Miguelina Márquez, una de las primeras
locutoras de Venezuela, figura muy conocida en nuestro estado, con ella el
querido Rogelio Lugo Villa (periodista y locutor), quien peleara el amor
de Pierina España con el protagonista de aquella obra cinematográfica, así se
asomaban caras conocidas, la Sra. Nelly Oduber de Quevedo, Eduardo Isea Borjas
y por supuesto mis padres, quienes formaban parte de una de las tantas parejas
que asistirían como elenco del matrimonio colectivo que se tendría que
escenificar.
Aquella película
nos muestra la vieja Península y los inicios de la explotación petrolera, los comienzos
de la lucha sindical, las dadivas de los viejos partidos, el mundo turbio
y teatral de los ya extintos botiquines de rockolas y amoríos lúgubres, con ellos un país que no es el mismo,
pero que navegó horrorosamente entre la miseria pavorosa, los nuevos modos de
convivencia y el tráfico de combustible, víctima de la explotación
trasnacional.
Los hermosos
relatos de mi padre sobre la tierra que tanto amó, hace ya muchos años que se
estacionaron en mis inexpugnables querencias.
Punto Fijo ha cambiado mucho desde entonces,
sobre todo en la sencillez, ingenuidad y tranquilidad de sus habitantes, el
fuego del mechurrio sigue combatiendo con la brisa incasable de nuestro suelo
noble, hoy, nuevos molinos con aspas enormes (energía eólica) parecieran regresarnos los viejos
sueños del quijote Ibrahim López García, los de Pedro Amaya y los de tantos soñadores,
los nuestros.
La vida no
siempre es una película, pero gracias al arte, al teatro y al cine, hoy podemos
volver al camino de la niñez, ahora desde la pantalla grande.
Andrés Castillo
Caracas 26 de enero 2016