A 30 años de su siembra y un juramento por la alborada
“Pido que mis camaradas me
despidan con canciones flores,
rojas puño en alto, y me prometan seguir luchando por la alborada, que
también es camarada”
Alí Primera
Todavía recibimos con la brisa que
llega de nuestra tierra paraguanera aquel olor a toronjil, a hierbabuena, que
salía del pequeño jardín de la querida Carmen Adela, “el vientre sonoro”,
resguardo de la vida, de donde brotara la savia vital, del cantor valiente de
nuestro pueblo, Alí Rafael Primera Rossel.
Aún recordamos su llanto, su dolor,
el mismo que parecía repartirse en quienes llegábamos al viejo “Barrio la
Vela”, a confirmar con tristeza y desconcierto, que aquella voz, ronca, fuerte,
tierna y amorosa, la que tanto dijo, parecía haber callado bruscamente.
Nuestros ojos de muchacho, de niño
de pueblo, comprendían poco lo que pasaba, todos los rostros eran desconocidos,
sabíamos del cantor, de su letras, de sus sueños, más no sabíamos la historia
de vida que cargó siempre sobre sus hombros, apenas las canciones que brotaban
de los cuatros sin nombre, nos hacían reconocer que estábamos entre gente que
amaba el canto y que ese día había perdido a un maestro, a un soldado, a un
labriego de la esperanza colectiva.
La vieja casita de bahareque,
humilde, sincera, se volvió la casa de millares, apretujados unos de otros,
desfilábamos por el patio ahora colectivo, hasta la salita oscura y calurosa, donde
la canción de la vida parecía nacer de nuevo, desde el vientre de su madre
tierna.
Dos o tres días, estuvimos ahí, el
pueblo de siempre, el pueblo de Alí, “el pueblo de mi hijo” decía Carmen Adela,
desde las entrañas del dolor. Ahí se
congregó el pueblo que siempre y anónimamente ha entonado sus canciones, aglomerado
y adolorido alzaba la canción otra vez, por aquel hombre de barba y corazón,
por el canto que tantas veces nos dio razones para luchar, para amar, para
vivir con dignidad, en las derrotas, en los golpes y en las tristezas, con él comprendimos:
“que los hombres cuando mueren simplemente cambian de paisaje”.
Guitarras, cuatros y tambores,
poetas y estudiantes, viejos, jóvenes y niño(a)s recorríamos aquel patio
poblado de silvestres cujíes y trinitarias, con la rabia y el dolor de haber
perdido al panita de todos, al cantor del pueblo al Cantor de la vida.
En el año 83, Alí grababa su último disco “Entre la Rabia y la
ternura”, en el dejó canciones inmensas que todas y todos conocemos bien, ahí,
nos legó una tarea por cumplir, la de construir con alegría en ritmo de
guaracha, “la Patria Buena” por la que tanto luchó, amó y cantó.
El último surco de aquel disco aún
en acetato, con el diseño de la artista Consuelo Méndez y una foto en la
contraportada con su cuatro como arma de lucha, con el escrito acostumbrado, de
su puño y letra, para reforzar la convocatoria, porque él sabía “que para más
luego no servirán las guitarras”, ahí, en ese bello disco nos dejó la canción
Camarada, himno de todas y todos los que a cielo abierto, con el fuerte sol de
su tierra, le juramos “flores rojas puño en alto, seguir luchado por la
alborada, que también es camarada”.
Y lo sembramos, vaya carajo que los
sembramos, que lo llevamos, que lo seguimos regando. Y florece y anda con su
pueblo bregando en los caminos de la patria que lo nombra en cada lucha que
damos, en cada alegría que celebramos. Conjugado
en presente, en batalla, en cotidiana esperanza.
No había cumplido aún los 44 años
Alí, cuando un 16 de febrero sábado de carnaval, se nos fue el panita, el
militante revolucionario que tanto dijo, que todo dijo, que aún, a 30 años de
su siembra sigue peleando con su canto de amor, patria y barricada.
Su canto de utopía cotidiana por una mejor humanidad, por un nuevo
hombre y mujer, sensibles, comprometidos, solidarios, amorosos, sigue
pendiente.
Pero aquel juramento, fue y sigue
siendo verdadero, para los que con él cantaron, para los que con él anduvieron
anunciando que Venezuela y América Latina merecían un mejor porvenir, dónde el
socialismo era una vía posible, vigente, “esa esperanza no está solo en mí,
sino también en mi conducta”, decía con hidalguía y coherencia.
Aquel juramento también lo hicimos
los más jóvenes, los niños y niñas de aquella época, porque Alí nos enseñó que
para luchar no hay edad, como “el amor no tiene edad, es adiós y es bienvenida”
apenas ganas y compromiso, “en la vida hay siempre por quien luchar, niños
descalzos, que muertos de hambre están, hay que luchar por construir, una nueva
sociedad”.
La alborada de Alí sigue
presente, sigue batallándose, como en esa utopía de la que nos habla el maestro
Galeano, porque la hacen los hombres y las mujeres en las contradicciones de la
época que nos toca vivir, cada quien con su horizonte verdadero, cada quien con
sus pasos y soles.
Se fue joven Alí, muchacho, valiente
y soñador, con tanto por decir, aunque pareciera que lo dijo todo, que nos dejó
una huella, una antorcha, un proyecto, un sueño, para que el pueblo no se
pierda en su camino. A su corta edad y en apenas 19 años de producción
discográfica, dejó canciones como flores, como balas, como soles, canciones que
nos ayudan a entender nuestro tiempo, canciones que con tercas razones nos
convocan a trasformar esta realidad que nos agobia y pretende acabar con el
planeta, acabar con la especie humana, “nuestro principal, recurso natural, no
renovable”
Su canción es el registro más
fidedigno de nuestra época, de nuestro trajinar como pueblo, su canción sigue
siendo nuestra más certera esperanza. Raíz cultural, vigente y necesaria para
las luchas por afrontar.
Alí cambió de paisaje, vivió
ajetreado en su época vital, la descifró, la luchó, la amó y quiso
transformarla, marxista entero en su pensamiento “que la palabra sin los pasos
es una palabra muerta”… “pero hoy nos dice la historia que sin acción no se
avanza”, “con el martillo dando y no dejarse dar”.
Quienes fuimos a la siembra aquellos
días de febrero de 1985, juramos seguir ese sendero que una vez él transitara
con coherencia y honestidad, si hoy, en el tiempo que nos toca, seguimos fiel
al clavel rojo de su lucha, debemos luchar entonces por que aquellos sueños, e ideales
sigan vivos, como sigue viva la siembra que de la tierra seca paraguanera
florece en un bello árbol de trinitarias sembrado por su vieja bella, sobre los
cuatro metros de su tierra liberada, ese árbol florecido nos da cobijo, abrazo
y frescura, cuando llegamos con el canto a recordar su vida de luchas, feliz entre la nuestra.
Cumplamos entonces el juramento:
La reivindicación del
pensamiento Bolivariano. El antiimperialismo y la integración latinoamericana.
La defensa de la ecología, del
paisaje dónde el hombre es el protagonista. La construcción y consolidación del
Estado Docente, tesis hermosa del maestro Luis Bertrán Prieto Figueroa, a la
que le dedicó su “Palabra de luz”.
La defesa y camino para la cultura
popular a la que tanto cantó, cuando a pesar de andar con la guitarra como arma
de lucha, símbolo vivo de la Nueva Canción Latinoamérica, no abandonó su raíz
primera y abrazó el cuatro de nuestros abuelos, para decirnos que hay
tamunangue, sangueo, gaita, danza, valses y galerones, es decir, una brecha
abierta por los hombres y mujeres, que en las regiones del país hacen la lucha
desde la cultura propia, popular, venezolana.
Los derechos humanos, “derecho
al derechito”, para que el hombre viva una época distinta, sin agresiones, sin
golpes, ni arremetidas por parte de poderes hegemónicos. Lo más importante, la
construcción de un nuevo ser humano, de una nueva sociedad, esa que “no se
lava, se destruye o se construye pero
según quien lo haga”.
El regreso al campo, es decir a
mirarnos otra vez a los ojos de la honestidad ancestral y solidaria, volver a
los valores de la tierra, del hombre paisaje, del hombre vital para la vida,
fraterno, amigo, amoroso, “vuelve a tu canto de turupial”.
Por la libertad y la independencia
de Puerto Rico, para que “le nazca otra vez su lengua castellana”. Para llenar
de soles la noche del jabalí, en la Haití asediada por la miseria y la
usurpación.
Para que el Pueblo cubano tenga
el derecho de construir su propio camino, porque Alí le cantó al Che y a Fidel
a sus ideales y luchas.
Para detener el armamentismo y
la depredación del planeta, lo dijo tajantemente en “Por si no lo sabía”,
discografía que dejara inconclusa.
Por el lunerito de todos, para
que siga alumbrando la vida de los niños y las niñas de este planeta vapuleado.
Por el respeto a la mujer, a su dignidad, “que los dolores del mundo, son
mayores en la hembra”.
Para seguir reivindicando la
palabra Camarada, por encima de la idea, pero comprometida con la vida plena:
“Camarada es la llovizna cayendo en la tierra seca y la canción cuando vuela
hasta posarse en el alma, y camarada es el cielo con generoso azul llenando
todos los ojos que pueblan el universo y camarada del amor: el beso”.
Seamos en la
cotidiana batalla por el amor, el beso que la humanidad necesita.
Hoy, son treinta años de aquella
siembra, de aquel juramento que cada uno, cada cual, hizo en silencio o entre
llanto y canción, entre grito y sollozo. Treinta años de un combate que aún
libramos por una mejor humanidad, le seguimos debiendo a Alí y a cada uno de
nosotros, aquella “Patria Buena” que guarachando nos dejó por construir, “buena
pa que vivan todos, con bienestar y sin queja, buena pa que la miseria se aleje
de Venezuela, buena para que los ríos no los seque la candela”.
Carmen Adela, también se nos fue,
pero desde aquel 16 de febrero, guardó en su casita de bahareque, los cuadros,
las fotos, los papagayos y muñecas, que todos los días algún viajero traería,
para dejar constancia de su amor por aquel hombre, niño, muchacho, que le cantó
a la vida y sigue cantando en los combates por venir, ella solía ir hasta la
siembra de su hijos, a llevarle flores, a sembrar junto a la cruz de nuestro
“primer camarada”, una matica de trinitaria, porque Alí le gustaba, porque a
Héctor “Bagueto” le gustaba. Hoy su siembra es enorme y ha florecido, roja,
bonita a “cielo despejado”.
De ahí, de aquellos días surgió la
marcha de los claveles rojos, para decir con Héctor Hidalgo Quero, el cronista
de su canción, “que esa marcha es el encuentro de cada año de un pueblo con su
cantor”, para ir a decirle que valió la pena el canto, la rabia y la ternura,
porque hoy vamos sus panitas, otra vez de una vez, al abrazo de su
convocatoria, vigente, viva, alegrona, como la brisa de su pueblo.
Hoy, a treinta años de tu siembra,
de un juramento por la alborada, alzamos el canto compañero, alzamos tu lucha
agigantada, que siga tu canto, para que no se pierda tu batalla despierta, tu
risa, tu fe en nosotros, tu limpia esperanza.
“Si no hay verdad en los cantores entonces no habrá verdad, ni en el
canto ni en mi esperanza”.
Sigamos.
Andrés Castillo
Otro militante
de los sueños
PD:
Ojalá y así lo esperamos, a 30 años de su siembra, se anuncie la creación de un
gran Parque ecológico y cultural con el
nombre de Alí Primera en la vía Coro - Punto Fijo, como homenaje de vida
eterna, para el cantor de los sueños colectivos.