Mirando
las aceras por donde salgo a caminar, encontré regado millones de nombres, de
pequeñas huellas mínimamente perceptibles, marcas y signos que invitan al
camino.
Así, una
mano pequeña, un corazón atravesado por una flecha, la pisada menuda de un pájaro.
Cientos de marcas indescifrables, cada una con su propio tamaño y color.
En un
agujero repleto de agua, todo el cielo parecía caber cómodamente.
Caminando
por la ciudad comprendí que la gente vive regando querencias por donde pasa,
como huellas de tiempo, gastadas.
Andrés Castillo