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Poética existencia. Vida poética.

jueves, 2 de agosto de 2018

Rómulo Gallegos una memoria que nos hace caminar


A Gallegos en su natalicio.



Debemos a los que nos precedieron
una parte de lo que somos.
Paul Ricoeur
  
Volver otra vez sobre la ruta de la obra de Rómulo Gallegos, desandar el camino de su extensa producción literaria iniciada  a principios del siglo XX, en 1903 propiamente, cuando trabajara en la redacción del semanario: El Arco Iris y publica un primer ensayo titulado: Lo que somos, el propio nombre de aquel escrito nos permite hoy valorar y vindicar la lealtad de Gallegos, del pensador, del poeta, del escritor, del hombre fiel a una idea, a un proyecto creativo, proyecto que a pesar de las carencias y conflictividades de su tiempo, de los avatares, traiciones y circunstancias políticas, pudo salir airoso, junto a la hidalguía y coherencia del ser humano que les diera vida. En el libro Cercanía de Rómulo Gallegos de Efraín Subero, (1979), el cual recoge una selección de pensamientos, extractos de cartas y palabras expresadas por el autor de Cantaclaro, allí Gallegos dice con poética premonición:

No tendré que arrancar de mi obra literaria ni una sola página donde me haya exhibido defensor de derechos, procurador de justicia y solicitador de bienestar y felicidad para mi pueblo, mientras en la oportunidad de la acción de todo eso me hubiese olvidado. Yo puedo reanudar mi obra literaria deteniéndome otra vez frente a la casa de mi Juan el Veguero, con la seguridad de que no se negará a asomarse a la puerta porque ya hubiera perdido el tiempo cuando me le refirió sus desventuras a mi trashumante Cantaclaro. (p.60)

Hoy  conmemoramos ciento treinta y cuatro años del nacimiento de un escritor fundamental para Venezuela y América Latina, propicia la fecha para volver sobre su obra, no con la mirada gastada en la dicotomía civilización-barbarie, visión por demás deteriorada y reduccionista (que al no ser contextualizada u orientada dentro de parámetros históricos precisos, ha contribuido a que su lectura en colegios y liceos como requisito, pierda el disfrute y la aventura a que toda creación literaria nos invita), visión que ha servido para ocultar como en la metáfora del bosque de la que nos hablara José Ortega y Gasset refiriéndose al famoso adagio germánico: los árboles no dejan ver el bosque, la tenaz y amorosa labor de alfarero de las letras, de un hombre que mientras las condiciones físicas se lo permitieron fue fiel a su labor, creando personajes, historias, mundos. Hoy esos mundos están ahí y viven como patrimonio literario de todas y todos nosotros.
Han pasado algo más de cien años desde que Rómulo Gallegos publicara su primer cuento, en el suplemento El Cojo Ilustrado,  titulado: Las rosas (1910), editado posteriormente como Sol de antaño (1913), en la distancia de ese primer trabajo, hermoso por demás, con una temática constante en toda su obra posterior, creemos necesario el animar y proponer desde los espacios que nos ocupan, una relectura de su narrativa, (consideramos que los más jóvenes deberían iniciarse en la lectura de sus cuentos, o con su primera novela titulada originalmente como: El último Solar (1920), posteriormente: Reinaldo Solar (1930), antes que embarcarse en la lectura de sus creaciones más conocidas) relectura que nos permitirá además, comprender en la distancia, el valioso trabajo del creador que jamás arrió sus banderas, que no vendió el alma de su obra literaria por otros beneficios que fuesen el hacerlo arte vivo, labor inquebrantable, oficio, amor por la palabra, el idioma y la creación.
La obra de Rómulo Gallegos, y me refiero a su obra en singular por cuanto considero que toda su creación desde aquel primer ensayo publicado en El Arco iris, como su paso breve por la revista La Alborada (1909), su aporte a los inicios de una dramaturgia nacional, sus cuentos y novelas, así como su labor como precursor de un cine verdaderamente venezolano al que le dedicó esfuerzos, recursos económicos y estudios , todo ese camino forman parte de un solo trabajo, de una sola idea, no en vano Gallegos insertaba dentro de algunas de sus novelas,  imágenes y textos ya trabajados en sus cuentos.
El próximo año hay dos fechas trascendentes en la vida del escritor nacido un 2 de agosto de 1884, las mismas se nos presentan a los venezolanos como una buena oportunidad para valorar conscientemente sus aportes al mundo literario nacional y latinoamericano, para sentirnos orgullosos de su tránsito poético, creativo, sin la labranza que iniciara Gallegos en el campo de las letras latinoamericanas,  no hubiese sido posible  o se habría tardado la siembra fértil de escritores como García Márquez, Vargas Llosa, Pablo Neruda, Carlos Fuentes y tantos otros, que con su puño y letra, voz y afecto así lo manifestaron repetidamente.
Es un tiempo propicio para derribar mitos y enterrar si es que queda algún rastro de ese absurdo menosprecio a su quehacer creativo de tiempos pasados, los venezolanos somos muchas veces aficionados al olvido innecesario, a abonar mitos que peligrosamente corroen sin razón las bases de aquellos edificios o caserones donde se suele resguardar de la desmemoria, nuestra compleja y dinámica identidad.
Nuestras querencias en el ámbito investigativo se han inclinado siempre a la necesidad de poblar la memoria mutilada, que perece ser desde siempre un ciclo tortuoso del pueblo venezolano, nos cuesta mirar al pasado con decoro, con reconocimiento, nos cuesta recordar certeramente, tal es el caso de la obra de Gallegos, que aun cuando pareciera que es ampliamente conocida por muchos de nosotros, algunos indicios a los que nos enfrentamos en nuestro andar reflexivo y docente, parecen decirnos que hoy Rómulo Gallegos es mencionado pero tercamente desconocido, ignorado y muchas veces eclipsado, como en las primeras décadas cercanas a su desaparición física. Ya Orlando Araujo dejaba claro en el prólogo de la 4 edición de su libro: Lengua y creación en la obra de Rómulo Gallegos (1984), donde expresa con claridad parte del espíritu que nos anima a trabajar sobre su obra y a promoverla ahora desde nuevas miradas.

Bastaba con leer a Gallegos sin prejuicios, pero esto no se hacía en la década de los sesenta. Un prejuicio literario: cuanto provinciano aspirante al concurso de Cuentos de “El Nacional” caía de bruces en el monólogo de la Señora Blomm, o en las ficciones del gran Borges, se sentía obligado al menosprecio de Gallegos, aun antes de entrar en su obra. Lamentablemente, algunos profesores defendían al maestro con una iracundia sacerdotal que terminó por hacer de Gallegos el José Gregorio Hernández de nuestra narrativa. La obra de Rómulo Gallegos, así solitaria y entregada a su propio destino, resiste la prueba de toda grandeza creadora. (p, 12)

Estamos en el tiempo justo para volver a desandar y valorar la obra fecunda de Gallegos sin prejuicios torpes, con el disfrute que nuestro propio tiempo nos regala, para mirarla con otros ojos, esta vez en la distancia amorosa por una manera de escribir nacida en nuestras tierras, honesta y consecuente, creada por la mano de un ser humano que amó este territorio y su paisaje, sus tradiciones y cultura, que echó a andar sobre nuestro suelo a seres que hoy aún lo recorren con arraigo y reciedumbre, con ellos volvió siempre a él, para trajinarlo con entusiasmo. Hoy podríamos decir con el último párrafo de su cuento Sol de antaño:
El pasado le redimía, de él brotaba iluminado aquella oquedad tenebrosa donde una vez viera perderse su entusiasmo, su aspiración y su fe… un rayo de sol…




v  Andrés Castillo
Lic. Artes
Lic. Educación
Cursante del Doctorado en Patrimonio Cultural (ULAC).

v  Investigador y promotor de la obra de Rómulo Gallegos desde nuevas miradas.

Correo: castillete7@gmail.com