A Gallegos en su natalicio.
Debemos a los que nos precedieron
una parte de lo que somos.
Paul Ricoeur
Volver otra vez sobre la ruta de la obra de Rómulo Gallegos,
desandar el camino de su extensa producción literaria iniciada a principios del siglo XX, en 1903
propiamente, cuando trabajara en la redacción del semanario: El Arco Iris y publica un primer ensayo titulado: Lo que somos, el propio nombre de aquel escrito nos permite hoy valorar y vindicar la lealtad de Gallegos, del
pensador, del poeta, del escritor, del hombre fiel a una idea, a un proyecto
creativo, proyecto que a pesar de las carencias y conflictividades de su
tiempo, de los avatares, traiciones y circunstancias políticas, pudo salir airoso,
junto a la hidalguía y coherencia del ser humano que les diera vida. En el
libro Cercanía de Rómulo Gallegos de
Efraín Subero, (1979), el cual recoge una selección de pensamientos, extractos
de cartas y palabras expresadas por el autor de Cantaclaro, allí Gallegos dice con poética premonición:
No tendré que arrancar de mi obra
literaria ni una sola página donde me haya exhibido defensor de derechos,
procurador de justicia y solicitador de bienestar y felicidad para mi pueblo,
mientras en la oportunidad de la acción de todo eso me hubiese olvidado. Yo
puedo reanudar mi obra literaria deteniéndome otra vez frente a la casa de mi
Juan el Veguero, con la seguridad de que no se negará a asomarse a la puerta
porque ya hubiera perdido el tiempo cuando me le refirió sus desventuras a mi
trashumante Cantaclaro. (p.60)
Hoy conmemoramos ciento treinta y cuatro años del nacimiento
de un escritor fundamental para Venezuela y América Latina, propicia la fecha
para volver sobre su obra, no con la mirada gastada en la dicotomía
civilización-barbarie, visión por demás deteriorada y reduccionista (que al no
ser contextualizada u orientada dentro de parámetros históricos precisos, ha
contribuido a que su lectura en colegios y liceos como requisito, pierda el
disfrute y la aventura a que toda creación literaria nos invita), visión que ha
servido para ocultar como en la metáfora del bosque de la que nos hablara José Ortega
y Gasset refiriéndose al famoso adagio germánico: los árboles no dejan ver el bosque, la tenaz y amorosa labor de
alfarero de las letras, de un hombre que mientras las condiciones físicas se lo
permitieron fue fiel a su labor, creando personajes, historias, mundos. Hoy esos
mundos están ahí y viven como patrimonio literario de todas y todos nosotros.
Han pasado algo más de cien años desde que Rómulo Gallegos publicara su
primer cuento, en el suplemento El Cojo Ilustrado, titulado: Las
rosas (1910), editado posteriormente como
Sol de antaño (1913), en la distancia de ese primer trabajo, hermoso por demás,
con una temática constante en toda su obra posterior, creemos necesario el
animar y proponer desde los espacios que nos ocupan, una relectura de su narrativa,
(consideramos que los más jóvenes deberían iniciarse en la lectura de sus
cuentos, o con su primera novela titulada originalmente como: El último Solar (1920), posteriormente: Reinaldo Solar (1930), antes que
embarcarse en la lectura de sus creaciones más conocidas) relectura que nos
permitirá además, comprender en la distancia, el valioso trabajo del creador
que jamás arrió sus banderas, que no vendió el alma de su obra literaria por otros
beneficios que fuesen el hacerlo arte vivo, labor inquebrantable, oficio, amor
por la palabra, el idioma y la creación.
La obra de Rómulo Gallegos, y me refiero a su obra en singular por cuanto
considero que toda su creación desde aquel primer ensayo publicado en El Arco iris, como su paso breve por la
revista La Alborada (1909), su aporte
a los inicios de una dramaturgia nacional, sus cuentos y novelas, así como su
labor como precursor de un cine verdaderamente venezolano al que le dedicó
esfuerzos, recursos económicos y estudios , todo ese camino forman parte de un solo trabajo, de una
sola idea, no en vano Gallegos insertaba dentro de algunas de sus novelas, imágenes y textos ya trabajados en sus cuentos.
El próximo año hay dos fechas trascendentes en la vida del escritor
nacido un 2 de agosto de 1884, las mismas se nos presentan a los venezolanos
como una buena oportunidad para valorar conscientemente sus aportes al mundo
literario nacional y latinoamericano, para sentirnos orgullosos de su tránsito
poético, creativo, sin la labranza que iniciara Gallegos en el campo de las
letras latinoamericanas, no hubiese sido
posible o se habría tardado la siembra
fértil de escritores como García Márquez, Vargas Llosa, Pablo Neruda, Carlos Fuentes
y tantos otros, que con su puño y letra, voz y afecto así lo manifestaron repetidamente.
Es un tiempo propicio para derribar mitos y enterrar si es que queda algún
rastro de ese absurdo menosprecio a su quehacer creativo de tiempos pasados, los venezolanos
somos muchas veces aficionados al olvido innecesario, a abonar mitos que peligrosamente
corroen sin razón las bases de aquellos edificios o caserones donde se suele
resguardar de la desmemoria, nuestra compleja y dinámica identidad.
Nuestras querencias en el ámbito
investigativo se han inclinado siempre a la necesidad de poblar la memoria
mutilada, que perece ser desde siempre un ciclo tortuoso del pueblo venezolano,
nos cuesta mirar al pasado con decoro, con reconocimiento, nos cuesta recordar
certeramente, tal es el caso de la obra de Gallegos, que aun cuando pareciera
que es ampliamente conocida por muchos de nosotros, algunos indicios a los que
nos enfrentamos en nuestro andar reflexivo y docente, parecen decirnos que hoy
Rómulo Gallegos es mencionado pero tercamente desconocido, ignorado y muchas
veces eclipsado, como en las primeras décadas cercanas a su desaparición
física. Ya Orlando Araujo dejaba claro en el prólogo de la 4 edición de su
libro: Lengua y creación en la
obra de Rómulo Gallegos (1984), donde expresa con claridad parte del
espíritu que nos anima a trabajar sobre su obra y a promoverla ahora desde
nuevas miradas.
Bastaba con leer a Gallegos sin
prejuicios, pero esto no se hacía en la década de los sesenta. Un prejuicio
literario: cuanto provinciano aspirante al concurso de Cuentos de “El Nacional”
caía de bruces en el monólogo de la Señora Blomm, o en las ficciones del gran
Borges, se sentía obligado al menosprecio de Gallegos, aun antes de entrar en
su obra. Lamentablemente, algunos profesores defendían al maestro con una
iracundia sacerdotal que terminó por hacer de Gallegos el José Gregorio
Hernández de nuestra narrativa. La obra de Rómulo Gallegos, así solitaria y
entregada a su propio destino, resiste la prueba de toda grandeza creadora. (p,
12)
Estamos en el tiempo justo para volver a desandar y valorar la obra fecunda de
Gallegos sin prejuicios torpes, con el disfrute que nuestro propio tiempo nos
regala, para mirarla con otros ojos, esta vez en la distancia amorosa por una
manera de escribir nacida en nuestras tierras, honesta y consecuente, creada
por la mano de un ser humano que amó este territorio y su paisaje, sus
tradiciones y cultura, que echó a andar sobre nuestro suelo a seres que hoy aún lo recorren con arraigo y reciedumbre, con ellos volvió siempre a él, para trajinarlo con entusiasmo. Hoy podríamos
decir con el último párrafo de su cuento Sol
de antaño:
El pasado le redimía, de él brotaba
iluminado aquella oquedad tenebrosa donde una vez viera perderse su entusiasmo,
su aspiración y su fe… un rayo de sol…
v
Andrés Castillo
Lic. Artes
Lic.
Educación
Cursante del Doctorado en Patrimonio Cultural (ULAC).
Cursante del Doctorado en Patrimonio Cultural (ULAC).
v
Investigador y promotor de la obra de Rómulo
Gallegos desde nuevas miradas.
Correo: castillete7@gmail.com