A los 90 años del nacimiento del amado poeta falconiano Hugo Fernández Oviol
18 de diciembre de 1927. En Cabure Sierra de Falcón.
El primer libro de poemas publicado por Hugo Fernández Oviol se tituló: 12
variaciones alrededor de una guitarra, ediciones Cántaro (1973), con el
número doce, daba inicio a la hermosa cuenta de palabras entregadas en defensa
de la vida, del ser humano, de la naturaleza, de la poesía.
Quizá las remembranzas de sus clases de bachillerato como profesor de
matemáticas en 1947, en la Escuela de Comercio “Pedro Curiel Ramírez” o tal vez
desde los primeros años de su niñez en su Caburé querido, cuando se quedaba ensimismado
escuchando las canciones que brotaban de los cuatros y guitarras de los cantadores
de salves, le hacían volver al camino de los números, de las hojas que viajan
jugando con el viento, de la hermandad que siempre supo multiplicar por dos, ahora por las seis cuerdas
tensadas para nombrar la vida, así, el poeta maestro, tierno y solidario inventó la esperanza y se fue con su
poesía encendiendo farolitos de almendra,
de semerucos, pomarrosas o dulces mandarinas.
Desde 1962 venía publicando textos para el quehacer educativo: planes
para maestros, normas para maestros alfabetizadores, manuales agropecuarios
para maestros alfabetizadores, en ellos también dejaba abonada su siembra,
su amorosa entrega de maestro de pueblo, de amigo y camarada de diversas
generaciones de venezolanos, de latinoamericanos. Su labor educativa no estuvo
nunca separada de su labranza poética.
Luego siguieron los poemarios: Agua
delgada (1974), Cabure también tiene
poetas (1976), La casa deshabitada
(1982), La canción de Morela (1983), La canción anónima (1991), Para que pongas a navegar la rosa (1991),
Caballos (1995) y las antologías del
Fondo Editorial del estado Falcón. Ediciones Libros Blancos (2000) y de la
Editorial El perro y la rana (2006). En la
revista Ventanal como memoria de la tertulia que lleva su nombre nos legó
hermosos trabajos, cada cual con la claridad y firmeza que siempre lo
identificaron. Casi al final de su largo y florido camino, en una edición
artesanal nos entrega el poemario: Jayling
(2005) de 20 ejemplares numerados, con un atento y sublime diseño del artista
Emiro Lobo, en él se resguarda la escritura del niño amoroso y grande que tanta
falta nos hace, en estos tiempos de ausencias de verdades, de coherencias y
sabias palabras.
La poesía de Hugo Fernández Oviol, es poesía que canta entre los árboles,
sobre el río, entre las naranjas, desde sus comienzos su palabra se comprometió
con la naturaleza, con la defensa necesaria del espacio donde el hombre habita,
no hizo nunca el poeta un arte para buscar un nombre entre la literatura
nacional, su poesía fue vehículo para mirar a la gente, para abrazar a los
amigos, para conversar con el obrero, con la muchacha, con el arreador, con el
hacedor de guitarras, para arrullar a sus nietos, para ponerles un papagayo
entre las manos y volar con ellos.
La naturaleza, la dignidad del ser humano, el amor como herramienta para
construir caminos y la canción nacida del suelo que se ama, fueron impulsos
ineludibles de su escritura poética.
Melodiosa canción que como rumor de
bosque fue brotando del barro de su tierra, no en vano muchos de sus
títulos tienen que ver con el canto como sendero: Del pan y la canción, sentencia amorosa y manifiesto certero sobre
el rol del artista en su sociedad, sobre el compromiso del creador que milita
con su arte en apoyo a la vida del ser humano, con él, Hugo asumió su trabajo
poético, entre glosas y décimas se fue a la guerra de la lucha popular que
jamás evadió:
hoy no promete un buen día
nació triste la mañana
ni un repique de campana
ni un rasgueo de guitarra
y con fusil y chamarra
salió la tropa coriana.
Y el poeta entrega su canción cual belleza de aurora en las pupilas: Baila Norma, es otro poema que danza con
las mariposas para salvar el beso entre las rosas:
Baila, Norma
porque en la ruta área de la abeja,
al norte de la miel, al este del aroma,
hay un pueblo azul hoy sublevado
por el fusilamiento de una mariposa.
La canción del agua, hermoso poema que deberíamos asumir como himno
ambientalista, como arrullo primero por la tierra madre que tanto hacemos
sufrir, en sus versos hay un diluvio de ternura que bien podría salvarnos de
tanta aridez y mala hora. El cantor falconiano José Montecano grabó
recientemente el poema y le impregnó una sencilla melodía en ritmo de sangueo,
excelso homenaje para quien supo destilar riachuelos de hermandad y decoro, es
una canción para regar la tierra y el alma que vamos incinerando torpemente,
poema que hay que divulgar en las escuelas, en los campos, en las calles del
pueblo para decir con él:
Y en la noche agruparemos
a todo el pueblo en la plaza
y juntos entonaremos
la dulce canción del agua.
La poesía de Hugo Fernández Oviol, su huella de honestidad y militancia,
son el eco de su grito, de su camino tallado sin arrear banderas, sin horadar,
ni traicionar sus sueños, sin profanar la sencillez y humildad con la que vistió
siempre su conducta, eco que hoy sigue llamándonos desde la seriedad de su
trabajo creativo, a poblar la casa
que se nos va quedando sola, cuando olvidamos el abrazo sin hipocresía y
mezquindad, abrazo de paisanos, de arrieros del mismo camino donde nos topamos
inevitablemente.
La poesía de Hugo fue frontal, sin velos estéticos, pero siempre cuidó el
poeta que el sol de la contienda no quemara su corazón y manos a la hora de
escribir la idea, ya lo decía el filósofo José Ortega y Gasset: “Quien quiera enseñarnos una verdad que no
nos la diga”, la verdad de su palabra tenía el latido de su huella, por eso en sus versos habitaron los
gonzalitos, caballos y mariposas, las gaviotas y palmeras, sapos, grillos y
riachuelos derramaron en lágrimas muchos de sus libros, hoy con ellos vamos calmando nuestra sed en la inevitable
distancia de su abrigo.
Dos meses antes de su partida escribía en una cuartilla donde con
grandeza de escritor y poeta resumía toda su vida: “A orillas de mi muerte, no tengo nada de que arrepentirme y en honor a ustedes
y a los viejos copleros de la serranía falconiana, me despido con la siguiente
copla:
Qué sabroso es constatar
que uno ha llegado a ser viejo
sin haber sido pendejo
y con mucho que contar”.
El recuerdo del poeta, el maestro,
el amigo
Siempre quise conocer al poeta detrás de los libros, su poesía andaba con
nosotros desde hacía muchos años, nos había formado y alimentado en noches de
soledad y conversa. Una tarde coriana el cantor José Montecano permitió que se multiplicaran
los abrazos y el cariño extendido al reino familiar de ambos.
Así llegamos a su casona patrimonial, tocamos a la puerta y nadie
respondía, el ventanal que dio nombre a la revista nacida en su tertulia nos
anunciaba con el golpeteo de la brisa que el poeta esperaba sigiloso, ahí
estaba sentado al borde de su cama, con su barba repleta de paraulatas, de
pensamientos compartidos, los dedos de
viento acariciaban su espalda, como lo escribiera en un poema, pero no
estaba solo el poeta, el recuerdo de su adorada esposa lo acompañó siempre, y así,
supo de nosotros y nos abrió el cariño, conversamos largamente bajo la frescura
frondosa del árbol sin olvido.
El cristofué convocó
a una asamblea
y el patio
se pobló de trinos
Bebimos el trago que siempre recordamos porque tenía el aroma de la tarde
buena, de la amistad compañera. Desde ahí lo cargamos siempre, le llevamos
siempre, unido a los afectos más queridos, con la serena verdad de saberlo vivo
en nuestros caminos.
Hugo Fernández Oviol es un poeta vital, es un poeta cada día más
necesario y vigente, porque lo que él cantó sigue pendiente, se siguen talando
bosques, se siguen secando ríos, se pierden en soledad los hombres y mujeres,
les faltan rosas y panes a muchos abuelos y niños.
Vamos a salir asidos de la mano,
a mojar nuestras voces, a humedecer nuestro pelo,
a lavar las palabras, a sembrar nuestros besos,
a fecundar la tierra.
Hoy la poesía venezolana anda en tierra buena, en toda nuestra patria
jóvenes poetas salen al camino a pelear con la aridez del tiempo global, voraz,
huidizo, con la palabra poética como adarga en los brazos, hacen guerra de
versos para seguir la huella de los viejos peregrinos.
El poeta nos deja en uno de sus últimos versos su joven poesía, esa que
se escribe cuando se ha vivido con todos los años de amor compartido.
Tu liviano universo lo descubro en los bosques de la
sierra.
A orillas de tu amor soy un árbol florecido que multiplica
sus pájaros.
Hugo Fernández Oviol anda con ellos, así lo diría otro gigante poeta
español Marcos Ana, al decir de Pablo Picasso: “hace falta tiempo, mucho tiempo para ser joven” y Hugo vivió la
vida que amando escribió, su poesía es joven como ellos, porque nombra al amor
y el amor es un viejo de ojos aguarapados de nobleza, de barba roja colorada,
que sigue naciendo.
Andrés Castillo
Docente universitario.
Escritor