En estos últimos años
hemos presenciado el arribo al Panteón Nacional de un numeroso grupo de hombres
y mujeres con inmensas condiciones éticas, morales e innegable amor patrio,
quienes en sus tiempos vitales hicieron camino en sus diversos espacios de
luchas y sueños creativos, ellas y ellos son escuela en el largo sendero que,
como militantes de la vida, los sueños y la esperanza hemos transitado millones
de venezolanas y venezolanos.
Nuestra humilde formación
no es precisamente la que de la herencia militar y religiosa hemos cultivado en
nuestro andar, distante vamos de esa formación que elogia rituales o
reverencias, la misma que expresa su reconocimiento en la elevación de
monumentos, estatuas o altares, nuestra llana creencia ha estado ligada mucho
más a los espacios naturales, a la ofrenda por medio de la palabra y el
pensamiento, más aún, en el intento de honrar con los pasos que podamos seguir
en cualquier camino que nos toque.
Claro está, la vida
social es múltiple y diversa, hay opciones “colectivas” que debemos respetar,
conciliar y en muchos casos aceptar, aunque no compartamos.
Vigilante de los procesos
que nos han precedido, del seguimiento a la conformación histórica del pueblo
venezolano, y con la mirada atenta al tiempo que hoy vivimos, el de las
evasiones, la frivolidad y la falta de compromisos duraderos, donde lo
cambiante y acomodaticio de los intereses particulares toma primera fila y
aplaude muchas veces si reflexiones previas, es que nos atrevemos a pensar en
voz alta, sobre el cuidado que debemos tener en la reivindicación de esos
mismos hombres y mujeres para que no se termine banalizando el legítimo acto
histórico que los ha querido enaltecer.
Creemos que debemos mirar
con cuidado la “decisión de ese noble y justo enaltecimiento”, que no sea tan
solo el deseo honesto, emotivo y legítimo por demás, de quien “decide” proponer
tan significante acto.
Pensamos que muchas veces
se sigue legitimando el centralismo, ese que honra a uno que otro prócer nacional
si se trasladan sus restos a la capital y no en su lugar de origen ¿por qué no
hacerlo en su estado natal donde forjó sus luchas y donde tiene tal vez una
alta significación con su propio suelo, formando parte vital de su imaginario
local?
Por otro lado, sabemos
del enorme y sistemático deterioro de la mayoría de los camposantos, tanto en
el área metropolitana como en las distintas regiones del país, donde muchas
veces cuesta acceder a ellos por la peligrosidad que representan y por el
terrible olvido en el que se encuentran, sabiendo que en su suelo reposan los
restos de seres queridos para muchos compatriotas, dignos y valerosos, así, la
memoria viva de quienes en su tiempo de luchas hicieron enaltecer sus lugares
de origen.
Decimos con humildad,
claridad y mirada crítica, que la “decisión” de vindicar a cualquier venezolano
o venezolana que por sus méritos lo merezca, debe responder a un amplio estudio
simbólico y a un cuidadoso análisis de la realidad regional y nacional, de las
dificultades y nubarrones cotidianos que subyacen, que no termine por ser
apenas un suceso sin fuerza que no logre sembrarse e imponerse en el imaginario
colectivo nacional.
Cuidemos la memoria, no
banalicemos la vivificante tarea de recordar.
Andrés Castillo