Por Andrés Castillo
Foto: Andrès Castillo
Las Piedras, Paraguanà. 2010
Alí Primera nació un 31 de octubre en alguna
parte, sobre alguna tierra, hoy sigue naciendo en la casa de los humildes, en
cualquier parte, en otras tierras.
Alí Primera fue niño, fue joven y siendo hombre
solía reír como los niños y llegó a amar con la sabiduría de los abuelos,
él era un hombre de todas las edades, como su canto.
Le gustaban los mangos, los semerucos y las
lefarias, por eso su canto fue dulce, rojo y silvestre, pero también amargo
como las Urupaguas.
Dicen que Alí Primera sudaba flores, era que su
madre lo alimentaba con las dos rosas sagradas de su pecho.
Venía de una familia campesina la que nunca se
cansó de sembrar en tierra seca, esperando la lluvia. Igual que su canto.
Solía cantar con su guitarra mientras soltaba al
cielo los pájaros silvestres del camino, dicen que su canto abre jaulas y
barrotes, que suele liberar conciencia y rudos corazones.
Alí Primera llenó su canción de nombres y de
pueblos, sabía como nadie que solo jamás habría de llegar, que solo no
era lo mismo cantar.
Tonto el que piense que Alí Primera escribió una,
dos, tres, cien o trescientas canciones. Todas formaban parte de una sola
canción, de un mismo canto.
Su canción nació sin dueño como los pueblos que
combaten.
Nos pidió repartir la luna en miles de pedacitos,
pero nos sigue quemando el sol terrible del individualismo.
Hay quienes se dicen “dueños” de su canción y es
verdad a todos nos pertenece.
Lo llamaron el cantor del pueblo, aunque él llegó
a decir: “el pueblo es el gran poeta”.
Nos llamaba “camaradas” pero como nos cuesta
llegar a su palabra.
Alì Primera supo de la sed ancestral de su
península árida, quizá por eso su canción fue cual agua clara para los pueblos
sedientos.
Le cantó a todos los hombres, a todos los pueblos
a todas las causas nobles. Era un hombre
geografía.
Ni los libros, ni las canciones, ni los
discursos, ni las estatuas, ni los afiches, ni los galardones, ni estas tenues
palabras lograrán dar con él. Con los humildes, entre sus llagas y esperanzas
sigue latiendo su nombre.
Ante los abismos, las tristezas, las injusticias,
la soledad, siempre hay una canción de Alí que nos salva, nos levanta, nos
libera y nos lleva por la vida.
“El que llena la barriga se olvida del que no
come” y se nos olvida el canto con la mesa de los pobres.
Su canción es crónica viva de la “democracia
representativa” con todas sus vilezas, fue también la esperanza y la
dignidad de los que en tiempo de derrotas jamás arrearon sus banderas.
Entendió como pocos aquello de la “cultura del
petróleo”, por eso con su canto defendiò la ecología y la ternura del ser humano.
En alguna parte sin que nadie lo sepa, alguien
sin nombre y sin bandera escuchará su canto e irá de nuevo al combate, suele
pasar cuando las guitarras se vuelven llama y se ponen a quemar el aire.
Alì Primera nunca se olvidó de su pueblo, por eso
el pueblo nunca se olvida de él, ni de su canto.
Si no intentamos parecernos al llamado de su
canción es una traición tararear sus versos.
Alí Primera creía en el socialismo por eso su
conducta era el espejo de su idea.
Alí Primera cantaba casi siempre con los ojos
cerrados, pero su canción abrió todos los ojos.
Muchos no lo conocimos, quizá por eso lo seguimos
buscando.
Dicen que murió un 16 de febrero, tonto, tontos
lo que dicen eso “no sólo de vida vive el hombre” nos lo dijo a cielo abierto.
Dicen que murió en 1985, pregúntele a mi hija que
tiene apenas 13 años y les dirá, que él sigue vivo en la ternura ingenua de sus
sueños.
Dicen que lo sembraron quizá por eso su canto nos
sigue alimentando.
Caracas 30 de octubre de 2012
Andrés Castillo